
Si vivías en Talca en 1994 y querías conocer detalles sobre las aventuras de Panico las posibilidades de obtener información eran muy escasas. A lo más que podías aspirar era encargar su EP debut (que todavía conservo) a un amigo que vivía en Santiago, grabarlos en VHS cuando aparecían en shows de TV (la primera vez que los vi fue en un segmento de Sábado Taquilla, donde los gritos de Eduardo Henríquez me recordaron los de Mark Arm de Mudhoney) y leer coberturas de sus presentaciones en suplementos como la Zona De Contacto (hasta que tuvieron el buen juicio de alienar a El Mercurio con una jugarreta a costa de Sergio Lagos descrita en el libro de Marisol García “Al estilo Panico”) o en las revistas Extravaganza! que traían amigos que estudiaban en la capital, donde Fernando Mujica los comparaba con Pixies y las primeras grabaciones de Chumbawamba.
La distancia reforzaba el halo de misterio y los rumores sobre una banda que se presentaba disfrazada de extraterrestres o raperos, tocando dentro de televisores gigantes de cartón o en traje de baño en Plaza Brasil. Algunos recortes de prensa sobre sus andanzas que reuní décadas atrás cobraron una importancia inesperada cuando fueron digitalizados e incluidos en el documental “PANICO / Kinda Freaks”, a cuya proyección inicial asistí recientemente en el GAM. Independiente de mi interés en la preservación de archivos contraculturales a través de esta plataforma, el valor de la curatoría que realizaron Jorge Catoni y Renata Valencia va más allá de satisfacer exclusivamente el apetito de los “chicos y chicas pánico”.
Lo que pudo quedarse en opiniones rebuscadas de expertos y anécdotas de músicos cercanos evita en buena parte esos clichés para plantearse como un trabajo que pese a la naturaleza anárquica de sus protagonistas opera bajo una narrativa sólida y recursos visualmente atractivos como videos caseros, imágenes inéditas de archivo y animaciones inspiradas en las caricaturas del fallecido dibujante (y amigo de la banda) Karto. Otro factor que potencia la selección es que su primera parte tiene como telón de fondo el choque cultural entre un país que salía de una dictadura y unos alienígenas inspirados en The Cramps, Sonic Youth y The Feelies que aterrizaron con planes de crear el equivalente de una intervención artística, lo que despegó más allá de sus ambiciones iniciales.
Además de confirmar que Eduardo se paseó por parte de la década de 1980 con un corte de pelo que desafiaba la gravedad (similar al que Nick Cave lució cuando comandaba la banda australiana The Birthday Party) o que sobreviven registros en audio y video de las bandas art punk donde él y Caroline Chaspoul iniciaron su recorrido en Francia (La Meta del Cielo y Los Bolero Boys), este trabajo refuta de manera incidental a quienes miran con suspicacia a una banda inspirada en la estética del cine de Almodóvar y la filosofía lo fi de Half Japanese, y plantean que la única música socialmente relevante de la década de 1990 fue la que apuntó contra la Iglesia, el Ejército y el Estado.
Cuando el vocalista explica que la letra de “No me digas que no si quieres decirme que si” celebra en partes iguales el hedonismo y la satisfacción de ceder al deseo homosexual, es difícil no recordar los esfuerzos de los que llamaban a defender a la juventud contra el rock satánico y censuraban un videoclip de Los Fabulosos Cadillacs donde Pinochet aparecía junto a otros dictadores. El hecho de que la segunda presentación que la banda ofreció en el espacio de un canal católico fuera censurada y aparezca por primera vez acá confirma los extremos al que algunos llegaron para evitar que la imagen de un artista vestido de novia corrompiera a las mentes juveniles. En momentos en que algunos legisladores celebran como “histórica” la aprobación de un informe contra terapias hormonales para niños trans, los días en que las autoridades religiosas imponía su visión de lo que era tolerable no parecen tan distantes.
Para los que no siguieron todo el camino de la banda acá también podrán encontrar un recuento de su despegue internacional a fines del Siglo XX (donde la consolidación comercial resultó esquiva pese a grabaciones en Nueva York y Glasgow, giras por Europa y el apoyo de artistas como Franz Ferdinand). La historia de Panico como unidad creativa cierra con su faceta más aventurera grabando en pueblos fantasmas del norte del país, una separación amistosa por el agotamiento natural y un epílogo que recoge su reactivación en 2023, que los ha tenido dedicados a ofrecer presentaciones en distintas ciudades del país.
Independiente de si uno se interesa más en los borradores que integran el recopilatorio “Pervervision, La Historia De Panico en Cuatro Pistas. Vol.2” (KYD, 2025) o en los beats que Eduardo y Caroline exploran con Nova Materia (más cerca de Einstürzende Neubauten y Cabaret Voltaire que de Ramones), resulta admirable la inquietud creativa que los llevó a ir más allá de los dogmas del rock de tres acordes. El resultado final de este esfuerzo de tres años es un collage que confirma leyendas de experimentación sonora, estimulación química e independencia contracultural a toda prueba.
