
Luis “Ñeko” Fuenzalida en el escenario del Fin Ombligo Jazz (enero 2025)
Nota publicada en el número 13 de la revista Tralka
El principio de la década de 1990 coincidió en Chile con la apertura de espacios que acogían diversas expresiones contraculturales. Este fenómeno ha sido bien documentado respecto a lo que ocurría en Santiago y Concepción, pero la información sobre lo que ocurría en otros lugares es fragmentaria y escasa.
En una ciudad donde hace mucho calor en verano y demasiado frío en invierno, un recinto de esa naturaleza se ubicó en la calle Tres Sur entre Diez y Once Oriente, descrito en un afiche como “el pub underground de Talca”.
Luis “Ñeko” Fuenzalida: “Mi bisabuela tenía un bar a una cuadra del barrio rojo de Talca y a fines de la década de 1950 lo cerró con todo adentro. Con un compañero de la universidad levantamos un pub en San Clemente, un pueblo agrícola media hora al poniente de Talca, y luego con la madre de mi hija revivimos un bar en Lontue. Por motivos familiares volví a Talca y reabrí el local de mi bisabuela bajo el nombre “El Fin”, por la canción de The Doors. La idea era hacer un espacio de creatividad y tertulia para el público local. Paralelamente existía un espacio al cual asistí llamado Hombligo que duró poco y como mi bar se parecía mucho los clientes le empezaron a decir Ombliguito”.
Manuel “Yayo” Corvalán (Burlense): “Conocimos el Hombligo antiguo porque en el liceo fuimos compañeros de la Vieja (Andrés Aburto) y en cuarto medio su hermano Taticho (Mauricio Aburto) abrió ese bar cerca de la Alameda con unos amigos. Cuando fuimos era realmente chiquitito, una pieza nomás con mesas, sillas y un piano. Luego se agrandó al cuarto de al lado y después al patio, entonces cuando llegaban los pacos nos escondíamos debajo de la barra o en el patio detrás de unos pastos. Siempre teníamos escondites para que no nos llevaran presos porque éramos menores de edad”.
Este primer refugio acogió los acordes estridentes y críticas a la sociedad de bandas regionales como Plebeyos, Asociales, GuaKtela y Acaosis. Sin glamour o promesas de estrellato, la organización de esos shows ponía a prueba la capacidad física de algunos músicos aspirantes.
Sergio Polanco (Plebeyos, Bala Perdida): “Nos conseguimos un triciclo de carga para llevar la batería y nos fuimos a duras penas porque aparte hubo que echar arriba al guitarrista de Plebeyos, el Flaco Ale, que era esquelético pero los huesos pesan, y debía equilibrar todo bien porque esos triciclos son complicados. Partimos a las cuatro de la tarde, era pleno verano, algunas calles iban en subida y nos demoramos casi dos horas y media en recorrer las 20 cuadras. Cuando íbamos llegando giro en 90 grados para subirme a la vereda y se me cae el Ale con la batería, se vuelca el triciclo y me saco la chucha”.
En forma paralela se organizaban eventos en recintos como el gimnasio de la empresa de cueros Yarza. Estos giraban en torno a variantes extremas del metal, donde las bandas punk solían ser un mero aperitivo para un plato fuerte que venía desde afuera.

Gustavo “Oshea” Rodríguez (Plebeyos): “Teníamos buena onda con la escena curicana, lo que nos permitía salir y tener el bagaje de tomar el bus o hacer dedo a Curicó. Allá nos iban a esperar y después venía la vuelta de mano y cada grupo se esmeraba por atender bien al otro. Así se dio la mezcla de estilos en la tocata del Yarza (en 1992), donde teloneamos a los metaleros, algo que ahora no sé, la pensaría un poco. Un afiche describía lo que hacían como ‘apocalyptic death metal’, esos gallos eran brutos, nosotros éramos más relajados, punkies pero de mentira. Al final no éramos cumas, más que romper cosas queríamos sentirnos bien en el ambiente under. Nunca tuvimos problema para juntarnos con los ‘apocalípticos’”.
La informalidad de estos shows y la suspicacia de la sociedad normal con frecuencia atraía la atención de las autoridades, como ocurrió en un recital en 1993 en la sede del club deportivo Talca National, memorable por las razones equivocadas.
Gerardo “Toku” Jara: “Después de la primera banda (Plebeyos) nos dijeron que debíamos desalojar porque el evento no tenía permiso. Caminando a la salida un loco curado empezó a decir, ‘devuélvanme la plata, vengo desde Curicó, esta es una estafa’. Fue a pedirle la plata el organizador, que se escondió en una caseta de la entrada. El curicano se fue caminando con un amigo hacia el centro y a unos 30 metros empezó a gritar para atrás, ‘valen callampa talquinos culiaos’. Unos locos corrieron hacia ellos y les pusieron unas patadas y combos y unas viejas que estaban mirando desde un segundo piso llamaron a la policía. Al rato unas patrullas cercaron el recinto por ambos costados de la calle y cuando me gritan que venían los pacos salí corriendo. Uno alcanzó a tocarme la polera pero seguí corriendo y recién paré como por la Dos Sur. Algunos chascones entraron a una villa que está al lado del Talca National porque estaba el portón abierto. Se metieron debajo de los autos, algunos intentaron subirse a los árboles, otros volvieron al local y el resto se escondió al lado del canal Piduco, y ahí los fueron sacando a lumazos y llevándoselos a distintas comisarías”.

Algo debía cambiar y una serie de encuentros fortuitos llevó a descubrir las posibilidades que encerraba una bodega en la casona de Luis.
Gustavo “Oshea” Rodríguez (Plebeyos): “El Hombligo de Taticho, que era con hache por una falta de ortografía, duró desde diciembre de 1991 hasta enero de 1993. A mitad del 93 el Luis se embala y como a mitad de año aparece con su Fin Ombligo Jazz”.
Luis “Ñeko” Fuenzalida: “Gustavo (Rodríguez) me decía, “podríamos hacer esto, podríamos esto otro”, él desde su arte y yo a todo lo que significara arte le decía que sí. Entonces llegaban dibujantes, músicos, personas ligadas al cine, gente que recién estaba aprendiendo. Los jóvenes de entonces fueron los protagonistas de esta democracia, o pseudo democracia, que tenemos hoy. Lo que me interesaba es que fuera un espacio de creadores, para mí eso era importante, que la gente viniera e inventara lo suyo, siempre en paz y amor, lo que era un requisito”.
Sergio “Tono” Díaz (Bala Perdida): “El 94 o el 95 fuimos al bar con mis primos. El local era de esos de los que siempre quise ser parroquiano: pequeño, con luz baja, buena barra, un videojuego en un rincón y un “privado” con esfera de espejos. Era un local con actitud roquera, psicodelia y euforia, muy punk. En la conversa mi primo Boris llegó al tema de Bala Perdida y el Ñeko empezó a decirnos que estaba estudiando la idea de llevar bandas al bar. Quería entrarle al negocio de la música en vivo y nos llevó al privado, donde apareció una puerta que no había visto, y ahí pasamos al espacio que sería la sala de conciertos. Había una tarima a medio construir y nada más. Apenas entré le dije que tenía el tremendo espacio para llevar bandas. Mencioné que conocía a la persona indicada para gestionar tocatas en bares y lo contacté con el Roly de Burlense”.
José “Tuto” Toledo (Burlense): “Fuimos al bar con el Roly y nos sentamos en la barra frente al Ñeko. El Roly me presentó, conversamos un rato y en un momento dijimos, Ñeko, sabemos que tienes una sala al fondo y queremos proponerte abrirla para tocatas. Nosotros traemos las bandas, ponemos los equipos, lo que necesitamos es el espacio. Partimos desde cero y al tiro dijo que sí. Fuimos a ver la bodega que estaba llena de cosas y le dije al Roly, está increíble, démosle”.
Sergio “Tono” Díaz (Bala Perdida): “Al Ñeko, siendo dueño del local y con todo el interés comercial que eso conlleva, le gustaba la música y las artes. Al local llegaban pintores, que se ganaban la vida haciendo carteles, poetas borrachos y músicos improvisados. Así que a medida que pasaban los conciertos creo que fue tomando empatía por el movimiento”.
Fabiola Rojas: “Era como entrar en un submundo. A pesar de ser un bar oscuro tenía su onda, con una estética como de una película de David Lynch o John Cassavettes. Para llegar partíamos desde los departamentos de la Florida y cruzábamos la ciudad caminando. Nos juntábamos y llegábamos en masa, afuera estaba lleno de gente y te encontrabas con amigos de otros barrios como las Colines y la Nueva Holanda. Eran grupos de distintos sectores de Talca que eran amigos de las bandas, en un espacio donde todos nos vinculábamos”.
Luis “Ñeko” Fuenzalida: “Yo pensaba que hacía mi parte y era mi deber. De hecho, cuando me vine a Talca pensé que ya existían locales así. Dije, voy a ser uno más, pero con cierto toque de underground. Después me di cuenta de que faltaban muchas cosas y las fuimos haciendo”.
Las principales bandas de la “Generación 95” destacaban por adaptar los sonidos de Kortatu, Nirvana y Ramones sin caer en la reproducción genérica.
Luis “Chino” Cáceres (Bala Perdida): “Yo venía del folclor, de las melodías con propuesta social, Víctor Jara, Quilapayún, Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Daniel Viglietti. Nunca había tocado una guitarra eléctrica o un bajo. En la adolescencia conocí por mis amigos una parte del rock que era política, el tema del punk. Cuando llegué a Bala Perdida ellos ya tenían un cover de Víctor Jara (“Las casitas del barrio alto”) y eso me enganchó altiro con la banda”.
Rodolfo “Roly” Rojas (Plebeyos, Burlense): “La pretensión que teníamos era sonar como grunge porque era la música del momento, Alice In Chains, Soundgarden. Claudio Faúndez tenía canciones hechas y me invitó a cantar, pero no me dio el cuero para cantar bien, entonces pasé a la guitarra y empecé a aplicar sonidos que en mi mente eran algo como Sonic Youth”.
Francisco “Tato” Espinoza (La Pocilga): “Comenzamos en 1992 con el Paulo, el Daniel y el Ronald tocando covers y estuvimos ese primer año sin nombre. Ensayábamos con guitarras acústicas en la placilla de la Villa Rio Claro o en el departamento del Paulo. Luego encontramos una sala de ensayo en la Uno Oriente donde había que pedir hora bajo un nombre, así que por un tiempo nos llamamos Los Ratones y desde 1993 fuimos La Pocilga”.

La receptividad del local a la contracultura no era correspondida por los pubs tradicionales de la ciudad, incluso en medio del auge comercial del rock alternativo.
Sergio “Tono” Díaz (Bala Perdida): “Ganamos un concurso de bandas en la radio Alejandra, que tocaba pop y rock comercial, y parte del premio era tocar en un bar del centro. No nos interesaba ir, era un lugar con un público lejano a lo que hacíamos, gente que no iría a la Diez Oriente porque era un lugar ‘ordinario, peligroso y hediondo’. Llegamos luego del recorrido para conseguir instrumentos, con guitarras prestadas y una batería arrendada a un grupo de cumbias, y nos recibió el ‘patrón’. Esa parte del premio (la otra fue grabar un demo) era ser empleados del tipo, que ponía publicidad en la radio. Antes de tocar supimos que no estaban dejando entrar a la gente que fue a vernos, que estaban lejos del perfil de consumidores del pub, lo que nos calentó aún más”.
Luis “Chino” Cáceres (Bala Perdida): “El local era medio pituco y se reservaban el derecho de ingreso y del grupo de amigos dejaron entrar como a tres o cuatro, los que se veían menos punkies, y los demás quedaron afuera. Con eso ya entramos en mala, habían llegado unos primos míos del sur y tampoco los dejaron entrar. Estábamos súper enrabiados, así que nos pusimos de acuerdo y decidimos tocar de espalda. En ese tiempo el Paulo tocaba guitarra sentado así que dio vuelta la silla y tocó así. El Tono empezó a gritarle a la gente que consumiera y gastara dinero. Creo que tocamos dos o tres temas y chao, el dueño nos cortó y nos echó”.
Sergio “Tono” Díaz (Bala Perdida): “Cambié la letra de un cover que hacíamos de ‘Moon Over Marin’ (Dead Kennedys), basureé al público y el dueño, como emperador romano, indicó con el pulgar abajo que debíamos parar. Cuando salimos habían muchas personas esperando vernos. Crucé al pub del frente, pedí el teléfono y llamé al Ñeko. ‘Nos echaron del local al que teníamos que venir, hay un batallón de gente que vino y demás irían allá si tocamos’. Ni dos segundos tardó en responder, ‘Ya poh, vengan, voy a abrir’”.
Luis “Chino” Cáceres (Bala Perdida): “Igual andábamos cargando hartas cosas y en esos días andábamos a pata a todos lados, así que todos nos ayudaron a llevar los instrumentos, las baquetas, los platillos, los atriles y los amplificadores. Nos fuimos caminando en masa donde el Ñeko y ahí se armó una presentación improvisada”.
Sergio “Tono” Díaz (Bala Perdida): “Para mí fue la mejor tocata de todas, fue algo real entre banda, público y local. Se había formado una comunidad”.
Fabiola Rojas: “Era entretenido el encuentro a partir de la música y era bacán porque ahí podías ver bandas de Santiago. También hubo eventos que eran sólo de bandas de Talca como el ‘Contra Toda Tradición ‘ (domingo 24 de diciembre de 1995) que la rompió, estaba lleno, fue una bonita Navidad”.

Rodolfo “Roly” Rojas (Plebeyos, Burlense): “A principios de diciembre del 95 fuimos con el Tuto a conversar con el Ñeko, no recuerdo haber ganado plata, pero la curatoría de las bandas las hicimos los grupos organizadores que éramos Burlense y Bala Perdida. Desde ahí se decidió invitar a otras bandas locales como La Pocilga, Asociales y Zodover. Fue la primera Navidad que tuvimos con tocata y el recuerdo más grato es que estuvo repleto”.

Francisco “Tato” Espinoza (La Pocilga): “Para promover el ‘Contra Toda Tradición’ el diario El Centro hizo un reportaje y a la sesión de fotos fueron el Daniel y el Ronald, que aparecían sentados solo con las fundas de las guitarras, lo que nos representaba muy bien porque nunca tuvimos instrumentos”.
Juan José “Juanjo” Baudrand (La Pocilga): “Abrimos con ‘Noche de Paz’ de Sumo, que tiene un estribillo en inglés y en alemán y yo obviamente chamuyé. Era nuestra primera tocata, yo habré tenido 16, 17 años y ya me sentía un artista, no tocaba originalmente en La Pocilga, fui invitado, y agradezco al punk porque me dejó cantar, ya que no tocaba ni un instrumento. Después de cantar me bajé con el pecho inflado, se me acercó una chica a hablar, yo haciéndome el lindo, prendieron las luces y era un travesti. Ahí mi pachorra se desinfló altiro”.
Pese a ciertos prejuicios adolescentes comunes en la época, el espacio se caracterizaba por una actitud general de “vive y deja vivir”.
Francisco “Tato” Espinoza (La Pocilga): “Al menos desde mi perspectiva, cuando comenzamos tenía claro que nuestra postura era contra cualquier tipo de discriminación, fuera racismo o sexismo”.

Agradecimientos especiales a Rodolfo Rojas, Rodrigo Tapia y Gustavo Rodríguez por la localización de contactos, sesión de fotografías y digitalización de archivos.